lunes, 25 de agosto de 2008

EgOismo literario... (compratelo*compartelo)



Uno se enamora y quiere renunciar a todo; simultáneamente, pretende juntar cada detalle de la vida y reivindicarlo con el otro: gustos, opiniones, filias, fobias, pasta de dientes, paisajes, tortas y quesadillas, el súper al cual se asiste, la mermelada favorita, las lenguas aprendidas, los autores, las cuentas bancarias, la música escuchada (¿clásica o rock?, ¿trío o mariachi?, ¿Bach o Beethoven? ¿Lennon o MacCartney?), las películas y los directores (si los hubiere), algunos rincones de la ciudad, los mejores amigos, los acérrimos enemigos, la íntima historia hermoseada que se agrega al detestado pretérito individual junto con las renuncias y, lo peor de todo, ya hacia el final del inventario, la biblioteca de Uno (iba a agregar Una pero, la verdad, si esto fuera escrito por una mujer, no me afrentaría que ella excluyera a Uno).


El reciente ayuntamiento amoroso y sexual propicia una euforia que es creación del Mundo – acabadito de hacer–, incluidos los confesionalismos de toda intimidad, así como los solidarios calzones, los libros y discos que se han ido juntando en la vida de cada cual con las precariedades y riquezas del caso. Y, con ese evangelismo característico de los fundadores, comienzan otras cosas que luego tendrán que ver con la compartición, la impartición, la repartición y la final partición atomizada de los bienes personales. Pensemos en las bibliotecas.

Como el entusiasmo dicta que lo tuyo es mío y lo mío es tuyo, mandemos hacer un ex libris con nuestros nombres entrelazados para que la posteridad, urbi et orbi, sepa que Magdalena y Magdaleno se amaron hasta el extremo de fusionar sus propios libros (metáfora de otras fusiones corporales y espirituales). Según la ambición y acometimiento de la biblioteca ayuntada, será el amoroso trabajo de poner sellitos o de pegar etiquetas en cada libro. Tal vez, al cabo de veinte años, recuperado lo de cada quien y en el proceso de (re)leer libros alguna vez compartidos, Uno tenga que tachar el ahora Funesto Nombre del ex libris, o arrancar los alguna vez admirables engomados, aunque Uno se percatará de que con los sellitos y los engomados sobre los libros ocurre lo mismo que con ese “vicio” de subrayar: así como “lo escrito, escrito está”, lo marcado en un libro “marcado quedará”.

Porque subrayar puede ser un delirio personal por el que se propone un camino de recordación, claro indicio de lo que se fue alguna vez, cuando Uno no quería dejar que se escaparan ideas, conceptos, frases y cosas que por alguna razón se consideraban cruciales. ¿No puede ocurrir que el lector del futuro mire con desdén, sorna o compasión los arrebatos subrayadores del lector de antaño, mucho más bisoño e inexperto? ¿Qué dirá otro lector que comparta ese libro y, al tropezar con los subrayados, descubra la cursilería, si no es que los “hondos sentimientos”, los “pensamientos teóricos” o las “necesidades académicas” de antaño? Es posible que bajo la dictatorial conducción debida a los subrayados, hubiera sido imposible el idilio que ocurre entre Lector y Lectora en esa espléndida novela de Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero…

Ahora bien, Lectora abandona a Lector, o viceversa, y Uno se topa, con el paso de los años, con un libro subrayado por Uno, pero comentado o resubrayado por Una (o viceversa). Eso puede parecer una profanación llegada desde el pasado: sobre el subrayado personal, el subrayado ahora intruso (y, por tanto, impersonal). Y, como ya no hay interlocutor ante el cual presentar ninguna reclamación, Uno se queda con ese diálogo inconcluso que Platón señaló, con toda pertinencia, al ponderar la superioridad del lenguaje hablado sobre el escrito.

Eso ocurre con los subrayados pero, ¿qué pasa cuando, al cabo de los años, Uno encuentra que la Otra no sólo resubrayó los libros predilectos (modificando, incluso, el sentido de sus propios subrayados) sino que se llevó consigo volúmenes bienamados y le dejó, a cambio, ejemplares detestados que no tienen nada que ver con él? Ahí están, para que conste la ignominia.

Para no partir la biblioteca, compartirla supone un verdadero acto de amor en el que no debería caber ninguna duda. ¿Eso será posible en esta época de cambios y arrebatamientos?.

gracias: E.L.A.

jueves, 21 de agosto de 2008

la ecuacion del libre albedrio


La ciencia contemporánea asegura que la actividad mental se deriva directamente de secreciones químicas neuronales. Pero estas secreciones siguen la ley de la causalidad. Ergo, en el fondo somos robots que se desenvuelven de acuerdo con su particular modo de procesar la información. Si las cosas son así, ¿Existe el Libre Albedrío o sólo somos observadores de lo que hace el cyborg al que nos tocó estar conectados?


La causalidad (o el "karma") es la antítesis del Libre Albedrío, o en palabras del Agente Smith: "No estamos aquí porque somos libres, sino porque NO lo somos"

el Merovingio explica que el Libre Albedrío es una ilusión y que la única verdad permanente es la Ley del Karma, lo cual significa que somos autómatas por los cuales se expresa la Causalidad. Según el Merovingio y el Agente Smith lo único que proporciona tranquilidad espiritual es entender nuestro propósito y actuar de acuerdo con éste.

La Vacuidad
¿El yo se encuentra al buscarlo de un modo reduccionista u holístico? ¿Yo soy yo y mis circunstancias o sólo soy mis circunstancias?

La Liberación según el Misticismo Oriental
La liberación de la Ley de la Causalidad se consigue cuando la gota de agua se disuelve en el océano.
Pero este proceso también es causal
... ¿o no?

Las Ecuaciones del Libre Albedrío
La correcta descripción de las secreciones químicas neuronales debe ser cuántica y existe un modo cuántico que permite modelar el Libre Albedrío.

La Conciencia Plena
La Metacognición es la puerta a la verdadera libertad. Nuestra mente tiene el potencial de convertirse en un faro capaz de supervisar y guiar nuestros estados neuronales.

Epílogo: Más Allá de los Opuestos
La libertad está formada por ladrillos de causalidad, así como la causalidad está formada por ladrillos de libertad. Según la filosofía Zen: "Cuando los opuestos se llevan al límite, se convierten en lo mismo".

martes, 12 de agosto de 2008

la dulce algarabia del desastre.....


Tenés
que abofetear a la muerte,
bailar tango mientras cantás la de Perales,
usurpar el vino más caro de la alacena de tu chula novia,
tintamanchar con dos o tres dignas copas
el mantelito que cubre la mesa de roble de la salita del fondo.
Tenés que trabajar en campañas antitabaco,
salir a la salita de espera, ser creativo,
liar con dios o con el diablo, tenés que fumarte la mitad del sueldo.

Tenés que escuchar música fina
para que no digan que sos incauto.
Tenés que saber de yoga, instituciones políticas,
derechos neoliberales, prosas famosas, programas de tv .
Tenés que saber de memoria el menú de Mcdonald's.

Tenés que hacer dietas, ir al gimnasio,
lustrar los zapatos, lavarte la sucia boca diez veces al día.
Tenés que ignorar la injusticia, pagar las cuentas al día,
hacerte sabio en un cursillo de superación dos veces por semana.
Tenés que practicar el i Ching, facturar honorarios, saber de yoga.

Tenés que desvestirte y pretender que te gusta.
Tenés que desvariar y ponerte intelectual en las mesitas redondas.
Tenés que masturbarle la mirada a la tristeza y encender un habano,
tomar un caro Scotch, pedirlo en botella, pagar la cuenta,
para que no digan que sos hueco, cursi o aprovechado.
Tenés que dirigir una revista, pasear al perro, comer mierda de lujo,
abastecerte con las mejores drogas de diseño, asesinar al puto olvido.

Tenés
que hacer la cama, colgar el cuadro, compartir el sueldo.
Tenés que repetir la historia y darle vuelta
para que el acetato de la indiferencia no se repita
y luego recriminen con ahí viene éste con la misma historia .
Tenés que ir a los bares, juntarte con la suegra, impedir que te asalten,
tenés que viajar cuarenta minutos y hacer cola otros veinte.
Tenés que pretender que sos culto, que fumás marihuana,
que sos un escritor cool con gustos serios,
pero que no te gusta nada tan ‘serio', tan ‘serio' cómo los beatniks .
En todo caso,
tenés que hacer llamadas sinceras para que no te olviden.
Juntar la basura, olfatear las minifaldas de tu amiga, escribir poesía.
Tenés que pagar las cuentas, pregonar ante el silencio, saber de yoga.
Conocer de Jung, cantar al Buki o José José, pero bailando la Lambada.
Tenés que asaltar a los dioses de la buena poesía,
impedir que te espanten los años, no sucumbir ante el día a día.
Tenés que escuchar Chopin, Mozart, Wagner o Brahms
para que no digan después, que sos reguetonero.

Tenés que aprisionar los miedos,
derretir la sangre, invertir en lujos; en fin, jugar con fuego.
Tenés que invertir en la bolsa, saber de yoga, ahorrar la renta.
Pagar los peajes que conducen al infierno, envenenar al mundo,
crucificarte solo, enderezar los clavos, tragarte tu propia cicuta.
Tenés que confesar, tomar el ascensor, pagar los gastos de tu entierro,
firmar con tinta china legible, tu triste y blanco epitafio.
Tenés que beber vino, si te ofrecen vino.
Tenés que beber agua, si te ofrecen agua.

Tenés que engañarte, un domingo sin tristeza, diciéndole al espejo:
“Vendrán nuevos rostros, vendrán nuevos días.”

Pablo Bromo (Guatemala, 1979) ha publicado Cometas breves, 199, Automicidio semántico, 1998. Diafragma numérico, 1999 y Rítmico, 2002.



p.d. no es este el relato de azañas impresionantes, es un trozo de dos vidas tomadas en un momento, en que cursaron juntas un determinado trecho,con identidad de aspiraciones y conjuncion de ensueños. fue nuestra vision demasiado estrecha demasiado parcial, demasiado apresurada, fueron nuestras conclusiones demasiado rigidas... tal vez. yo ya no soy yo, por lo menos no soy el mismo yo interior..... par ti.... una vez mas... te extrañe... honestamente te extrañe

miércoles, 6 de agosto de 2008

el destino postergado




No hay obra sin herida. Qué difícil entender esta correspondencia que parece cumplirse con estremecedora puntualidad en el arte. No hay expresión perdurable que no provenga, de una u otra manera, de cierto epicentro de agonía o de dificultad . El proceso creativo, a pesar de los insoslayables avances de la filosofía y de la psicología, sigue siendo, si no un inescudriñable misterio, por lo menos un fenómeno cuya complejidad es reticente a las reducciones de una metodología.

esta resistencia que el artista debe vencer para encontrarse a sí mismo y, sobre todo, para hallar su definición mejor en el terreno expresivo –en vocablos de José Lezama Lima. La creatividad aquí en cierta forma es una fuerza curativa, un retorno al equilibrio entre el Eros y el Tánatos, es decir, un reequilibrio entre las potencias de la vida y las de la muerte, sin el cual posiblemente sólo la destrucción o la autodestrucción aguardarían al artista. La expresión como una forma de expiación, podría decirse.
Quizá por ello las presencias capitales de este libro son contraposiciones: el amor que se convierte en odio, la ilusión que se convierte en decepción, el esplendor que se convierte en decadencia. En fin, la mirada melancólica llena de principio a fin este conjunto de poemas. El deseo postergado es, por tanto, un sereno lamento, una alta elegía.

el tenor de su norte nos decía un par de versos tan llenos de presagios como estos: “Era mucho el dolor/para vivirlo a solas.”

“Todos tenemos/ una partícula de odio/ y cuando el hierro arde en los flancos marcados/ y se siente el olor de la carne quemada/ hay un grito tan hondo, una máscara en fuego/ que incendia las palabras.”

Las pasiones humanas no son detestables defectos del carácter. Por el contrario, son sus rasgos natales. Sin carácter no hay individuo y el individuo es, a fin de cuentas, la acumulación irreversible de sus gestos naturales, de sus inocultables pasiones. Es muy evidente una y otra vez en los poemas de El deseo postergado el papel destinal que han jugado dichas pasiones personales. El poeta no oculta nunca esas pasiones (por el contrario, pareciera querer consumirlas hasta el vaciamiento). Deja arder por lo mismo con soltura esa máscara en fuego que incendia las palabras: “Una palabra puede/ Sin orillas marcar el destino de un hombre/

Envolverlo en su nata para siempre perdido/ Llevarlo a cuestas por sendas innombrables/ Y sacarle a sus huesos el jugo de la vida.”

Las palabras, pues, son pasiones también y por lo tanto son armas de doble filo. Pueden herir lo mismo que curar. Nada más trágico que hallarlas degradadas: “Te decidiste en otro tiempo/ Por decir la verdad/ Dijiste la verdad/ Pero no te curaste/ De escuchar la mentira.”

De ese carácter entonces que no había aprendido a mentir y que por ello no razonaba el poderío del engaño, de esa pureza, digamos, que era demasiado vulnerable a los embustes, surge una decepción creciente que devendrá en armadura para sostenerse ante la hostilidad del mundo: “Nadie te dijo nunca/ No no es posible/ Nadie impidió tu sombra// Por eso en tu amargura/ no comprendes la hostilidad del mundo/ El revés de fortuna que labra tu miseria.”


El deseo postergado, la sombra creciente es el desamor, la traición y su permanente penumbra, su cicatriz: la desconfianza. Una coraza es por tanto imprescindible para ese entorno de engaño, pero también una saudade, esa irreparable nostalgia que se adueña del alma y parece provenir, como en los poetas portugueses, del fondo del tiempo y de la condición humana.

No celebro el dolor en este poderoso libro, sino la desnudez de ese dolor. No creo en el que llora, sino en el que se prende fuego. Creo en el grito, el que lleva dentro un antiguo, insoportable silencio.

No hay obra sin herida, decíamos. Hemos visto cómo se cumple una vez más esta álgebra legítima entre el dolor y la plenitud. No hay obra sin herida, y vale la pena preguntar si la identidad de semejante poiesis es sólo el resultado de una agonía, o se trata también de una lucha recóndita y personal, el arduo hallazgo de una vocación que entraña no temerle al fuego. Un fuego que devora pero transfigura, un fuego que no pocas veces destruye cuando funda.

para ti...... y con esto es clausura y apertura.